ENCICLOPEDIA DE MALOS ALUMNOS Y REBELDES QUE LLEGARON A GENIOS, de Jean-Bernard Pouy
No fueron los típicos buenos alumnos a los que toda profesora con buen ojo les auguraría un futuro promisorio. Tampoco se destacaron por obedecer fácilmente reglas, directivas o imposiciones. En cambio, intentaron hacer las cosas a su modo. Algunos de ellos lo consiguieron y lograron sobresalir por su inteligencia, su creatividad, su arte o su original locura.
Varios de estos personajes de la historia universal desfilan por la ENCICLOPEDIA DE MALOS ALUMNOS Y REBELDES QUE LLEGARON A GENIOS y el que me llamo mas la atencion fue el genial Albert Einstein.
Cuando nació, en Ulm, Alemania, en 1879, en una familia burguesa, ya tenía una tamaña cabeza tan deforme, que sus padres creyeron que era anormal. Por más que los médicos los tranquilizaron, se quedaron inquietos, sobre todo porque el gran Beto no habla hasta los tres años (en fin, es lo que dicen), detesta hacer esfuerzos y pasa todo el tiempo armando castillos de naipes. Muy solitario, se deja vivir. De todos modos, se despierta de vez en cuando. Por ejemplo, a los cinco años, parece fascinado con una brújula que le regaló su papá. No protesta cuando lo hacen aprender violín.
Pero ya se percibe que la disciplina y él no van bien. Cuando, a los siete años, ve pasar al ejército alemán desfilando, se pone a gritar: “cuando sea grande no quiero ser uno de esos infelices”. Es igual que en la escuela: “En la escuela primaria, los profesores me dieron la impresión de ser sargentos y en el liceo, de ser tenientes”.
En la escuela, por otra parte, es una catástrofe: lo encuentran lento porque reflexiona horas antes de responder a una pregunta y no logra aprender nada de memoria. Lo consideran un pesado porque verdaderamente no entiende qué significan las reglas y las órdenes. Además, su falta total de interés por los deportes lo separa de sus compañeros. Dicho eso, si miramos con más cuidado, podríamos ver que ese gritón adora las matemáticas y el latín, simplemente porque son lógica pura.
Desde los nueve años, solito, se zambulle en obras de biología, de física y de filosofía (es mejor que la gimnasia). Dos años después, descubre un dios, el de la geometría, Euclides. Está muy contento. Otros dos años después, lee Kant. Inténtenlo, van a ver...
Cuando tiene quince años, sus padres se mudan a Italia, cerca de Milán, para montar un nuevo negocio. Y él se queda en Alemania para terminar el liceo
Uno de sus profesores (súper lúcido el fulano) le dice que no llegará nunca a nada y que más le valdría dejar el liceo y renunciar al bachillerato. Lo que Beto hace al instante, yéndose a reunir con sus padres en Italia para comer pastas. Por lo tanto, teóricamente, es mal partido para el premio Nobel.
Su padre no está contento de que su hijo haya abandonado los estudios y logra convencerlo de estudiar ingeniería. Para eso, elige preparar el concurso de la Escuela politécnica de Zurich. Albert se prepara solo y fracasa.
En rigor, saca 20 en matemática y 2 en todas las demás materias. Pero un profesor se ha fijado en él y le aconseja que vuelva a preparar el concurso.
Y a los diecisiete años aprueba el concurso del Politécnico, sección matemática y física, donde, como de costumbre, cada vez más riguroso y desentendido a la par, sólo hace lo que le interesa. “Usted es muy inteligente, Einstein, pero tiene un defecto: ¡no admite que se le haga ni una observación!”.
Resultado: al finalizar el estudio, le niegan un empleo mientras que sus compañeros son nombrados profesores. Siempre por los mismo motivos. También porque es de origen judío. Las cosas se empiezan a poner mal.
Y después, una tras otra, buenas noticias: obtiene la nacionalidad suiza (¡adiós alemanes!) y es eximido del servicio militar suizo porque tiene pies planos (¡iupi!). Y, vamos, mientras estamos ahí, la tercera: a los veintitrés años, le dan trabajo en la oficina de Patentes de Berna. Un cargo clave: ¡ahí lo tenemos convertido en una especie de inspector de inventos!
Comenzó. La reacción en cadena.
Albert Einstein es considerado el gran científico del siglo XX. Sus teorías, que le valieron el premio Nobel en 1921, revolucionaron la física y nuestra visión del mundo. A partir de la fórmula descripta por él (E=mc2) fue inventada la bomba atómica, dos veces arrojada sobre Japón en 1945. Estos hechos entristecieron el alma pacifista de Einstein y hacia el final de su vida declaró: “si tuviera que volver a elegir, sería plomero”. Murió en Estados Unidos, en 1955.
Vale la pena seguir leyendo esta ENCICLOPEDIA DE MALOS ALUMNOS Y REBELDES QUE LLEGARON A GENIOS. La pueden encontrar en la Biblioteca.